Juan Javier Gómez Cazarín*
En la vida, la arrogancia siempre es mala consejera, pero lo es más cuando nos dedicamos al servicio público. Creo que, en el fondo, ese es el problema de lo que está pasando con la mayoría de Ministras y Ministros de la Suprema Corte.
Más allá de los intereses económicos que –se sabe- mueven su proceder, creo que mucho de su conducta obedece en realidad –además del billete- a su profundo desprecio por el pueblo. Un desprecio que en teoría debería ser un secreto inconfesable, pero que, en la práctica, tampoco se cuidan mucho de disimular. Un desprecio que alcanza a cualquier persona que no pertenezca a su grupo selecto, el que ellas y ellos imaginan una casta superior. Después de todo, son 11 personas decidiendo cosas que afectan a más de 126 millones.
Rodeados de una burbuja blindada de privilegios, sabedores de que sus determinaciones equivalen, en la práctica, a ley suprema, Ministras y Ministros caminan por el mundo como si éste no los mereciera. Invaden terrenos del Poder Legislativo, se oponen sistemáticamente al Ejecutivo.
Esa arrogancia era propia de quienes estaban en el Poder en otra época de México. Pero resulta que esa época ya se fue, porque el pueblo cambió esto en el 2018.
Por eso fuimos a la puerta de sus oficinas. A decirles que el pueblo no es tonto como ellas y ellos creen. Y que la época de señoras y señores intocables, de raza superior, con privilegios faraónicos a costa de la gente ya se acabó.
¿Nos escucharon? Igual y sí. En una de esas hasta les pasaron una tarjeta informativa, porque era sábado y de seguro estaban descansando en algún lugar bonito. ¿Les llegó el mensaje? ¿Lo registró su conciencia? La neta, no creo. Porque la arrogancia es un filtro todavía más poderoso que el blindaje de sus camionetas. La arrogancia, cuando se apodera de una persona, no le permite escuchar cuando alguien le dice sus verdades y le hacer ver sus extravíos.
Renunciando a servir al pueblo y a cumplir su mandato de defender la letra de la Constitución, negándose a rectificar el rumbo, la Suprema Corte es una Corte fallida.
Allá ellas y ellos en su ceguera y sordera voluntarias, cuando el pueblo, que ya aprendió, vuelva a salir a las urnas en el 2024.
Y hablando de instituciones, les platico de otra, esa sí muy honorable: el Heroico Colegio Militar.
Este lunes, en una sesión solemne en la que tuvimos de invitado al secretario de la Defensa Nacional, el general Luis Cresencio Sandoval González; y con la presencia del gobernador Cuitláhuac García Jiménez y la magistrada Presidenta del Poder Judicial, Lisbeth Aurelia Jiménez Aguirre; develamos con letras doradas, en el muro de honor del Salón de Sesiones, la frase “2023, Año del Bicentenario del Heroico Colegio Militar”.
Un reconocimiento del pueblo de Veracruz a una institución que por casi 200 años –se cumplen en octubre- ha formado soldados, hombres y mujeres, de valor, disciplina y lealtad a México. Nuestra gratitud y respeto a las Fuerzas Armadas, ahora están plasmados en la máxima tribuna de Veracruz.
Pd. Perdieron mis Águilas, pero así es esto. Tampoco aquí en la columna se me fue el Internet.
*Diputado local. Presidente de la Junta de Coordinación Política.