Por Yair Ademar Domínguez
En otros tiempos, la política estaba restringida a una clase. Se utilizaba incluso la frase “la clase política”, para referir a ese sector de la población que gozaba de ese privilegio —como en la antigua Grecia—, de manejar las cosas públicas, de tomar decisiones, de dirigir el destino de todo un pueblo. Se ha dicho que los griegos inventaron la democracia. En realidad, acuñaron la palabra: “demos” (pueblo) y “cratos” (poder); el poder en manos del pueblo.
Los griegos, lo que practicaron fue una “oligarquía”, una “forma de gobierno en la cual el poder político es ejercido por un grupo minoritario”, como lo define la Real Academia Española de la Lengua. O, en otras palabras, “un grupo reducido de personas que tiene poder e influencia en un determinado sector social, económico y político”. El pueblo, los de abajo, en esa época e incluso las mujeres, no tenían derechos sociales ni políticos.
Vienen estas referencias a cuento por los comentarios vertidos por el presidente Andrés Manuel López Obrador sobre la campaña de desprestigio a su persona y a su gobierno. Son tiempos electorales, tiempos de guerra sucia, tiempos de repetir mentiras una y otra vez para intentar cambiar las conciencias de las personas, pero estas, dice el mandatario, ya ha venido cambiando y la gente no se deja engañar tan fácilmente.
Este crecimiento de conciencia o madurez política se ha dado en toda la población y particularmente en esta época, “porque la política era asunto de los políticos, de los de arriba, de las élites y ahora sí ya es el pueblo el actor principal”, comentó el jefe de las instituciones del país. Por eso refrendó: “Soy más partidario de crear conciencia en la gente, de que nos volvamos expertos todos los ciudadanos. Que sean todos los que sepan de política, de economía, de comunicación, que sea todo el pueblo. Y no es muy complejo. Lo que pasa es que nos han hecho creer que son asuntos que no cualquiera puede comprender”.
Las y los ciudadanos debemos involucrarnos en la vida pública, entender y atender los problemas que nos atañen a todos, ser protagonistas del devenir social, de la vida de la “polis”, de la ciudad, de la comunidad, del pueblo, de la ranchería en donde vivamos.
Pero hay un elemento más, que es de vital importancia, el de la honestidad. Así lo expuso el presidente: “En primer lugar, podemos enfrentar a la mafia del poder en México y lo estamos haciendo y también, lograr que nos respeten los que pensaban que México era una colonia de gobiernos extranjeros y que podían hacer y deshacer y violar nuestra soberanía. Para poderlos enfrentar hay que tener autoridad moral, porque imagínense si en efecto yo recibo maletas de dinero pues no podría yo, no estaría aquí sencillamente y no podría yo enfrentarlos”.
“Esto es aleccionador y ayuda mucho para que los jóvenes que quieren dedicarse al noble oficio de la política sepan que es muy importante la honestidad. Si se quiere hacer política, que es un oficio noble, que permite servir a los demás y que, además, política es transformación. Si se quiere hacer eso, no politiquería, para eso no aplica el actuar con honestidad”.
“Incluso se va ascendiendo, sobre todo antes, haciendo relaciones de complicidad, pero cuando se quiere hacer una política en beneficio del pueblo y se tiene que enfrentar uno a minorías rapaces, corruptas, a las oligarquías, a clasistas, a racistas, a corruptos, a gente autoritaria, de malas entrañas, fachos, la única manera de salir adelante es con honestidad, ese es el escudo protector”, refrendó.
Por eso pide, particularmente a los jóvenes, interiorizar estas ideas. No se puede ejercer el noble oficio de la política si no hay autoridad moral, si no se actúa con honestidad. Además, hay que decirlo claro, es muy fácil la transmutación de los valores: a lo bueno llamarlo malo y a lo malo bueno, actuando en consecuencia. El noble oficio de la política, nos enseña el mandatario, exige honestidad. No se puede servir a la sociedad con la política sin esa noble virtud.
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