Descansa en paz, querido Yovi

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Pablo Jair Ortega / foto de su hija Nuria Morales, tomada de redes sociales

Con la primera edición de “Cumbre Tajín”, pude conocer a muchos amigos que siguieron estando presentes en las siguientes décadas. Uno de ellos fue el fotógrafo Yovi Morales Martínez.

Yovi había sido enviado por el periódico “El Mundo de Córdoba” para cubrir lo que sería el primer festival que, al paso de los años, se convertiría en uno de los más emblemáticos del estado de Veracruz, con algunos altibajos y sello personal de cada gobernador.

Iniciando la Cumbre, Yovi se mantenía reservado (pensaba en ese entonces, hasta huraño). Como que no estaba a gusto. Luego de un escándalo en Tuxpan realizado por un periodista de la sección cultural —enviado también por “El Mundo de Córdoba”— se sabría el porqué Yovi estaba incómodo.

Expulsado de la Cumbre el reportero del escándalo, a Don Yovi le cambió hasta el semblante.

Al paso de los días, entendí que el maestro Yovi era de esos personajes a los que tenías que acercarte si querías aprender de este oficio. Con toda la nobleza y paciencia, me aportó mucho de su experiencia para saber en qué momento estar, dónde estar, qué hacer para lograr una foto.

Observador como son los fotógrafos picudos, me contaba anécdotas, me pasaba datos de lo que veía, qué personajes llegaban, a quiénes se les vinculaba, etc.

De igual manera, Yovi me ayudó a entenderle a una cámara réflex analógica que a duras penas le entendía en su funcionamiento. De hecho, lo del Tajín me enseñó (gracias al maestro Yovi) que si bien tenía en la universidad a un maestrazo como Brizio Martínez para enseñarme todo lo que es una composición de una foto, manejo de la luz, su teoría e historia, con lo del Tajín me enfrenté a lo que Brizio nos decía constantemente en clase: no es lo mismo el aula que la calle.

Ahí en el Tajín, de no ser por Yovi, me habría quedado sin película (apenas iniciaban las cámaras digitales)… Y es que al no tener ni triste idea de a dónde iba y qué había ahí, me topé con la realidad de que no había lugares para facturar, no había tiendas fotográficas para revelar e ingenuamente sólo me llevé un par de rollos pensando que eso me alcanzaba para toda la semana.

De hecho ni conocía Poza Rica, ni Tuxpan, ni Papantla. Tampoco había Google Maps, sólo celulares de esos de ladrillo que apenas iniciaban en eso del prepago.

Con ese pretexto de la incomunicación con la familia y la oficina de redacción del Semanario Sotavento para donde trabajaba, la Cumbre Tajín eran algo así como vacaciones gratis. Por la mañana dormía, al mediodía iba a recorrer para la crónica que tenía pensada, y por la noche con los amigos nuevos a empedarse como cosacos-vikingos viendo artistas en el escenario principal.

En esos recorridos, por ratos nos sentábamos en las mesas para refrescarnos con caguamas y ahí estaba el buen Yovi, que si bien nomás se tomaba un vasito, no dejaba de convivir con la flota. Las pláticas con él fueron muy enriquecedoras, de esas que te nutren el acervo personal.

Al terminar el Tajín, el camión de Prensa nos bajó en el Puerto de Veracruz. Con Yovi nos fuimos al ADO para agarrar cada quien su rumbo: él para Córdoba y su servilleta para Minatitlán. Nos despedimos con la alegría de haber hecho una muy chida amistad en pocos días.

Tardé en regresar al Tajín. De hecho, fue hasta el periodo de Fidel Herrera que volví a darme un rol por allá, pero el maestro Yovi me decían los compas que ya no asistía.

Recuerdo que alguna vez le pregunté al periodista de Córdoba, Hugo Morales Alejo, qué me contaba de él: “Ya está muy viejito”, me decía.

Fue al paso del tiempo que nos volvimos a encontrar a través de las benditas redes sociales y por ahí llegamos a platicar e incluso a hacer videollamadas en un par de ocasiones. Era de los que le gustaba hacer bromas, hacer comentarios mordaces y presumía fotografías de sus pinturas, de su familia, de su vida cotidiana.

Me quedé con ganas de volver a saludarlo personalmente y darle un fuerte abrazo. Fue poco el tiempo que conviví con Yovi, más el que se pueda sumar virtualmente de nuestro contacto en redes, pero siempre tuvo mi cariño, admiración y respeto, como muchos de los que lograron conocerlo más.

Descansa en paz, querido Yovi. Siempre serás recordado.

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